El origen de dichas grabaciones, pues, puede ser de diversa índole: tomas de estudio (demos, “outtakes”) y grabaciones en directo sobre todo. La calidad del material grabado en los conciertos puede ser abismal entre dos fuentes diferentes que hayan grabado el mismo show, por lo que se establecen diferentes criterios de calidad de cara a clasificar el material: Audience, Soundboard, Pre-Fm, Fm, combinados con good, very good y excellent (además de la coletilla “+” en muchas ocasiones). Así, un concierto etiquetado como “VG + Audience” hará referencia a un concierto grabado desde la zona del público pero con buena calidad y un “Ex Soundboard” evocará una actuación grabada con calidad excelente desde la mesa de mezclas. Un show de origen Pre-FM indica que el origen de la grabación proviene de la emisora de radio, mientras que un bootleg FM capta el concierto tal y como se escuchaba a través de las ondas, con publicidad incluida.
Una de las primeras grabaciones de las que se tiene noticia es el famoso “Liver Than You’ll Ever Be” de The Rolling Stones, un concierto que recogía con aceptable calidad una actuación de la gira norteamericana de la banda en 1969. Con los años han ido apareciendo (y siguen saliendo a la luz) toneladas de material inédito (a veces convertidas en lanzamientos oficiales) de bandas como los mismos Stones y The Beatles, que cuentan con sendas legiones de seguidores y toneladas de valiosa cinta magnética usada en los mejores estudios del mundo. La famosa casa de subastas Sotheby’s adjudicó por una gran suma de dólares a un coleccionista un rollo de cinta de audio original de los estudios Olympic, que había sido destinado a la grabación del legendario “Sticky Fingers” de los Stones en 1971. El contenido del famoso “Sotheby’s Reel” puede encontrarse en la red sin demasiados problemas gracias a algún fan extremadamente altruista. Fue precisamente en la década de los ’70, gracias al ‘arena rock’, que el fenómeno bootleg tuvo su “boom”. Podemos encontrar cientos de grabaciones de cientos de grupos de ésa década, y es que los años ’70 encierran los secretos de las mejores giras de la historia del Rock (The Rolling Stones, Pink Floyd, Rush, etc.), y podemos decir que por suerte hubo gente que se dedicaba a grabar estos shows. ¿Qué otra forma tenemos los fans (fans, coleccionstas, amantes de la música en general) de saber lo que pasaba en aquellas giras? ¿Cómo sabemos que Mick Taylor era mucho mejor guitarrista que Ron Wood si hay un vacío indecente de directos de los Stones en la época crucial?
Es casi inmoral que un fan de Pink Floyd no pueda disfrutar de la apoteósica grabación del Wembley Empire Pool de 1974 o que un seguidor de Bruce Springsteen se vea privado de escuchar cualquier show del “Boss” de la gira de 1978. También es triste el hecho de que no existan grabaciones oficiales en directo de Van Halen con David Lee Roth. ¿Y qué me decís de Black Sabbath con Ozzy Osbourne? El pobre ‘Live at Last’ (lanzado al mercado tras la marcha de Ozzy) era una absurda mezcla de material antiguo destinada a aplacar a los fans, que ya disponían de mejores grabaciones no-oficiales de las giras anteriores de la banda. Éste es un claro ejemplo que ilustra hasta qué punto el gran público crece engañado, y es que muchas veces las mejores grabaciones, las noches en las que la banda está realmente inspirada (y merecen ser, por tanto, salvadas para la posteridad) nunca llegan a las estanterías de las tiendas. En el caso de los Stones hay un puñado de grabaciones imprescindibles de los años ’70, que nos muestran la mejor época de la banda, sobre todo de la época de Mick Taylor. De la gira norteamericana de 1972 (la madre de todas las giras de la historia del Rock) destaco las grabaciones de Philadelphia (PA), Fort Worth (TX) y el show de cierre de gira, el cumpleaños de Mick Jagger el 26 de julio en el Madison Square Garden de Nueva York. En 1973 hallamos el mejor concierto de la historia de la banda (no porque yo lo diga, sino porque todo entendido lo sabe). La gira europea de los Stones se benefició de un sonido espectacular, tal y como apreciamos en los conciertos que la banda ofreció en Bruselas y Munich, con Mick Taylor incendiando la noche en la versión de 12 minutos de “Midnight Rambler”, por ejemplo. Este concierto (Bruselas 1973) es venerado entre los fans de la banda como el mejor que han ofrecido jamás, la mejor actuación de Taylor a la guitarra solista. La grabación se ha remasterizado varias veces, varios coleccionistas ofrecen su propio ‘mix’ del show y el famoso programa de radio norteamericano King Biscuit Flower Hour retransmitió el concierto de forma íntegra años más tarde, del que soy orgulloso poseedor del CD original de la emisora (gracias, E-Bay). A lo largo de los años y gracias a Internet he ido descubriendo diferentes mezclas del show. De haberse comercializado, lo habría comprado varias veces y en todos los formatos posibles, de eso podéis estar seguros. Además lo habria regalado y recomendado a mis amigos, familiares y conocidos. Soy así.
La industria del bootleg ha tenido tanto peso sobre el mercado discográfico, que muchas compañías han sacado al mercado diversos pastiches de forma rápida para sacar tajada y mostrar lo bien que tocan sus chicos en directo. Irónicamente, han emulado el aire poco cuidado y entrañable de las grabaciones ilegales para vender más. Un par de claros ejemplos son el “Live Bootleg” (si, es un disco oficial) de Aerosmith y por supuesto el “Priest…Live!” de Judas Priest de la gira Turbo de mediados de los ’80. La cosa sigue: el infame box-set “Live Shit, Binge and Purge” (con su estética particularmente cutre) de Metallica también es una respuesta a la proliferación de bootlegs durante la gira del ‘Black Album’. Es irónico pensar que la banda de Hetfield adquirió fama a principios de los años ’80 en la Bay Area de San Francisco (cuna del Thrash Metal) gracias al intercambio de cintas entre fans, que copiaban a placer la famosa demo de la banda, ‘No Life ‘Til Leather’.
En los años ’70, las plantas prensadoras de vinilos bootleg se concentraban en la zona de Los Angeles (CA) y el fan se hacía eco de las novedades en materia de grabaciones gracias al magazine Hot Wacks. En la década siguiente, gracias al uso generalizado de las cintas de audio (Compact Cassette, es decir las Maxell, BASF ó TDK de toda la vida), se implantó un sistema llamado “Tape Trading”. El intercambio de cintas sin ánimo de lucro se extendió como la pólvora gracias al envío de copias en cinta gracias a unos catálogos que uno recibía en casa mandando un SASE (self-adresses stamped envelope) a un apartado de correos. Muchos coleccionistas vendían y cambiaban cintas, acumulando catálogos con cientos de referencias. En ocasiones, la información era muy escueta (por ejemplo: “Kiss, Live in Miami 1979”) y el fan se arriesgaba a adquirir algo de dudosa calidad, pero la emoción de escuchar a su banda favorita en una grabación inédita suplía con creces cualquier riesgo económico. Hay que tener en cuenta que el perfil del fan y sobre todo el del coleccionista de discos es el de alguien dispuesto a pagar a veces mucho dinero por cualquier disco/objeto de su banda favorita y que el negocio del coleccionismo también es impulsado directamente por las discográficas, que lanzan ediciones limitadas, incluyen caras B que luego recopilan, lanzan rarezas de estudio y rescatan directos de hace décadas con tal de llenarse los bolsillos a costa del fan, que paga religiosamente el precio de cualquier disco que contenga material “previously unreleased”. Las consabidas ferias del disco no son más que pretextos para intercambiar revalorizadas ediciones de discos antiguos y sobre todo, un escaparate para los últimos bootlegs. El coleccionista no distingue entre material oficial y material bootleg, adquiere sistemáticamente todo lo que lleve impreso el nombre del grupo con el objetivo (muchas veces imposible de cumplir) de acumular una colección lo más completa posible.
En los años ’90, el fenómeno bootleg estaba casi institucionalizado, gracias a una laxa legislación en países como Italia, Alemania y Luxemburgo, fue la época dorada del bootleg. Era fácil encontrar (ya en CD) todo tipo de grabaciones en las tiendas más habituales de nuestra ciudad.
La compañía italiana Golden Stars anunciaba en el interior de sus carátulas que depositaba una cantidad de dinero destinada al artista en concepto de “royalties” en un banco de Milán. Que esas cantidades fuesen simbólicas o no, o que llegasen a cobrarse son misterios de la historia del bootleg que nunca conoceremos. En el pequeño Luxemburgo nació la famosa compañía TSP, The Swingin’ Pig, con el claro propósito de rescatar las mejores grabaciones de la historia, combinarlas con un ‘artwork’ digno e incluso mejorarlas. Fueron los primeros en implementar las viejas grabaciones de los ’70 con mejoras de post-procesado sónico como la eliminación de ruido No-Noise de Sonic Solutions, (como por ejemplo en el famoso ‘Philadelphia Special’ de los Stones). Las tiradas limitadas en vinilo (siempre de colores diferentes y a veces multicolores) y los CD’s de TSP se siguen cotizando como material de primera: el logotipo del cerdo ataviado a lo Blues Brothers y chasqueando los dedos era sinónimo de calidad (“A trademark of quality”, sic). En el nuevo siglo, gracias a las nuevas tecnologías, a la red y al acceso generalizado a las herramientas de edición de audio profesional, encontramos grabaciones remasterizadas y en nuevos formatos que compiten por ser el estándar de fichero de audio del futuro, como el FLAC, que garantiza una riqueza total, sin compresión y sin pérdidas (“lossless”). Las viejas cintas se remasterizan, las grabaciones se archivan y su “linaje” se explica al internauta (por ejemplo, 1st Gen > CD>EAC>WAV>FLAC) para una correcta comprensión de todo el proceso que ha seguido el audio hasta llegar a su Ipod. Una cinta de primera generación (1st Gen) es una cinta que ha sido grabada directamente de la fuente original (generalmente otra cinta). Con cada generación se pierde calidad en el duplicado, especialmente si tenemos en cuenta el inexorable desgaste de los soportes magnéticos de antaño. Esto es importante, así como la correcta etiquetación de cada show de cara a evitar repeticiones en el catálogo. La red es, pues, el punto de reunión para coleccionistas que se nutren de blogs especializados en la difusión de este material subido al ciberespacio gracias a cuentas premium de servidores como Rapidshare ó Megaupload. Las versiones del famoso show de Pink Floyd que mencionaba antes (Wembley Empire Pool 1974) son incontables, así como las mezclas de cada una. La fuente original de audio pre-FM, superpuesta a varias fuentes que provienen del público de aquella noche nos ofrecen la mejor grabación de la banda que existe, con un nivel de calidad que nada tiene que envidiar a cualquier disco en directo de origen oficial. Hay buenos shows de las giras de 1972, 1975 y 1977, y el imprescindible concierto de Earl’s Court de 1980 (gira de ‘The Wall’).
Los fans de la banda pueden escuchar, gracias a estas grabaciones, el famoso “Spitting Incident” que tuvo lugar el 6 de julio de 1977 en Montreal, Canadá. El estadio olímpico tuvo una sonorización pésima aquella noche, y el eco infernal del colosal recinto amargó la experiencia a miles de espectadores (cosa que se repitió en sendas visitas a la ciudad en 1988 y 1994). Aquella noche, la frustración acumulada por la calidad del sonido no degeneró en ninguna batalla campal (ya conocemos a los fans de Pink Floyd), pero un sector del público se alteró lo suficiente para bombardear el escenario con objetos y Roger Waters fue alcanzado de lleno en rel rostro, durante “Pigs on the Wing” por un firecracker (petardo de reducida potencia). El desastre estaba servido: la música cesó, Waters escupió al público y David Gilmour también mostraba evidentes señas de enfado (¿tal vez hacia Roger?). El resto de la gira se canceló, y el incidente se dramatizó lo suficiente en la psique de Waters como para originar la semilla argumental de “The Wall”, basada en parte en la soledad de un artista obsesivo y atormentado por sus problemas personales.
Y es que cada concierto es único, mágico. Las mejores noches de la historia del Rock están a disposición de quien sepa encontrarlas en la red, el mercado de CD’s bootleg está casi consumido y las represalias de la paranoica industria a causa de su crisis en la década anterior complican la proliferación de estas grabaciones, que sobreviven en la memoria de los que tuvieron la suerte de estar presentes y de los que posteriormente pudieron escucharlas. También muchas tomas de estudio acaban convirtiéndose en material de colección, existen miles de bootlegs llenos de material desechado, versiones primigenias de canciones posteriormente editadas de forma oficial y sesiones particularmente fértiles. Entendemos que los artistas no quieren que estos trabajos inacabados salgan a la luz, que no representan lo que pueden ofrecernos y en ocasiones no es material digno de una segunda escucha, pero el coleccionista es ávido por naturaleza y siempre quiere más. A finales de los ’80, un disco entero (no un máster definitivo pero un buen conjunto de canciones) de Prince que iba a llamarse “Black Album” se filtró y tiene el honor de ser el bootleg más vendido (más de medio millón de copias), parece ser que la grabación se desestimó para su lanzamiento oficial. Hace poco ocurrió algo similar con el tan esperado disco de Guns N’Roses, “Chinese Democracy”: las redes P2P se inundaron de tomas de estudio de las sesiones del álbum, y se estuvo especulando durante años sobre el que iba a ser el set-list definitivo del disco. Pero los más “afectados”, en este orden, son The Beatles, Led Zeppelin, The Rolling Stones, Bob Dylan, Bruce Springsteen y Pink Floyd. Digo afectados para no decir perjudicados. Aunque tampoco me atrevo a decir beneficiados, es indudable que estos artistas pueden presumir de tener los mejores fans del mundo, fans que no sólo disponen de todos los lanzamientos oficiales (muchas veces varias versiones) sino que, con el fervor de un cruzado, se lanzan a adquirir cualquier grabación que refuerce su pasión por dicho artista. La práctica medio consentida del bootleg, tal y como hemos señalado anteriormente, es tristemente confundida con la piratería (top manta), que sólo busca el beneficio económico. Para un “taper” (un grabador, un espectador que se juega el tipo grabando un concierto), el dinero es lo de menos.
Y es que cada concierto es único, mágico. Las mejores noches de la historia del Rock están a disposición de quien sepa encontrarlas en la red, el mercado de CD’s bootleg está casi consumido y las represalias de la paranoica industria a causa de su crisis en la década anterior complican la proliferación de estas grabaciones, que sobreviven en la memoria de los que tuvieron la suerte de estar presentes y de los que posteriormente pudieron escucharlas. También muchas tomas de estudio acaban convirtiéndose en material de colección, existen miles de bootlegs llenos de material desechado, versiones primigenias de canciones posteriormente editadas de forma oficial y sesiones particularmente fértiles. Entendemos que los artistas no quieren que estos trabajos inacabados salgan a la luz, que no representan lo que pueden ofrecernos y en ocasiones no es material digno de una segunda escucha, pero el coleccionista es ávido por naturaleza y siempre quiere más. A finales de los ’80, un disco entero (no un máster definitivo pero un buen conjunto de canciones) de Prince que iba a llamarse “Black Album” se filtró y tiene el honor de ser el bootleg más vendido (más de medio millón de copias), parece ser que la grabación se desestimó para su lanzamiento oficial. Hace poco ocurrió algo similar con el tan esperado disco de Guns N’Roses, “Chinese Democracy”: las redes P2P se inundaron de tomas de estudio de las sesiones del álbum, y se estuvo especulando durante años sobre el que iba a ser el set-list definitivo del disco. Pero los más “afectados”, en este orden, son The Beatles, Led Zeppelin, The Rolling Stones, Bob Dylan, Bruce Springsteen y Pink Floyd. Digo afectados para no decir perjudicados. Aunque tampoco me atrevo a decir beneficiados, es indudable que estos artistas pueden presumir de tener los mejores fans del mundo, fans que no sólo disponen de todos los lanzamientos oficiales (muchas veces varias versiones) sino que, con el fervor de un cruzado, se lanzan a adquirir cualquier grabación que refuerce su pasión por dicho artista. La práctica medio consentida del bootleg, tal y como hemos señalado anteriormente, es tristemente confundida con la piratería (top manta), que sólo busca el beneficio económico. Para un “taper” (un grabador, un espectador que se juega el tipo grabando un concierto), el dinero es lo de menos.
El genial Dan Lampinski consiguió grabar alrededor de 100 conciertos en la zona de Providence / Boston entre 1974 y 1978 con micrófonos Nakamichi, cintas Maxell y un grabador portátil Sony (sin ánimo de lucro). Sus grabaciones, así como las de otros célebres coleccionistas como Millard, son el legado de una época en la que una banda de Rock vivía en la carretera, una época en la que la reputación de un grupo se forjaba con sudor sobre el escenario, una época en la que los estadios rebosaban de energía rockera, mucho antes de que la industria corrompiera las reglas del juego, mucho antes de que tuviéramos que vivir “protegidos” de los medios de comunicación por el riesgo a infectarnos de música-basura. El coleccionista, el auténtico fan que busca estas grabaciones no es enemigo de la industria ni de las discográficas, simplemente busca una conexión superior con su grupo favorito y desea poder disfrutar de grabaciones y conciertos que de otra manera se habrían perdido para siempre. Gracias a estos coleccionistas, la supervivencia de estas grandes noches de Rock está asegurada, y como amante de la música, no puedo sino estar agradecido por poder disfrutar de esos grandes momentos, de muchos discos bootleg que, le pese a quien le pese, son ya parte de la historia de la música.
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