Hunter Thompson, veterano del pánico
Por Pierre Siankowski
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Hunter S. Thompson, pionero del periodismo gonzo, es uno de los cronistas más salvajes y originales del siglo XX. Y sin embargo hoy su estatuto como “autor literario” no está extendidamente aceptado. Uno podría responder que a esta altura del partido a quién le importa la consideración de la crítica, la consagración canónica, ser considerado un literato, si no fuera porque el propio H.S.T. vivió atormentado por esas cuestiones, tal como se desprende de la lectura de los todavía inéditos en español Gonzo papers, volúmenes de sus mejores textos, diarios, correspondencia y papeles encontrados, además de la imprescindible biografía escrita por William McKeen (Outlaw Journalist: The Life and Times of Hunter S. Thompson). Abrir este arcón periodístico es sinónimo de toparse con cientos de artículos inéditos, abundantes reflexiones, cartas, fragmentos, tomas de posición, retratos… Genera un placer de lectura intensa, indispensable para los fans. Los Gonzo Papers son a Thompson lo que los Bootleg Series son a Dylan (a quien Thompson escuchaba habitualmente): un complemento a la comprensión cabal de la obra fluctuante y a veces delirante del periodista más emblemático del siglo pasado. Al mismo nivel del crítico de rock Lester Bangs, que fue el único rival posible de Thompson (los dos escribían de hecho para Rolling Stone, y pasó que sus firmas se cruzaran en el mismo número). Bangs y Thompson tiene prácticamente los mismos problemas. Primero, son borrachos y drogones. Eso vaya y pase. Pero lo llamativo es que mientras que su talento a la hora de escribir es enorme, se revelaron bastante incapaces de “rivalizar” con sus ídolos: Faulkner, antes que nada, Fitzgerald, Hemingway, pero también Kerouac… Llenan páginas de diarios, pero el pasaje a la literatura es delicado, incluso polémico. Thompson publicará una única novela, El diario del ron, que está lejos de ser lo mejor que hizo, y cuya reciente adaptación al cine (Diarios de un seductor, con Johnny Depp, amigo fiel de Thompson) es apenas potable como para verla en DVD un sábado lluvioso.
“Escribir la gran novela estadounidense”: de esto habla Thompson en el tercer volumen de los Gonzo Papers, titulado Songs of the Doomed: More Notes on the Death of the American Dream. El plan no era, ciertamente, escribir esos artículos –muchísimos– en primera persona y que terminaran, a la larga, por sofocar a su autor. Ya que hay una franquicia Hunter S. Thompson en el sentido industrial de la palabra, que incomoda al que escribe: se llama “Fear and Loathing”, ese gimmick que precede cada una de las peripecias del maestro, ya sea en Las Vegas o detrás del culo de Nixon. “Fear and Loathing” es “Pánico y Locura” con mayúsculas. Los términos mismos del contrato (de lectura como de escritura) no son insignificantes.
El propio Thompson se explica: “La frase funcionó. Era como el término ‘gonzo’. De repente tenía mi propia marca. Todo empezó cuando me fui de Las Vegas por primera vez, sin pagar la factura del hotel, huyendo en este descapotable rojo, solo, borracho y delirando, para volver a Los Ángeles. Es exactamente lo que sentía. Pánico y locura”. Thompson se sueña como el escritor que él no es en el fondo –o en la forma, eso depende. Escribe su vida quizás como una ficción, pero aquella es sin cesar alcanzada por la realidad. Aunque redacta alguno de los mejores textos publicados en los Estados Unidos, no es reconocido por sus pares. Tiene el complejo del periodista, que le carcome la moral. Y se emborracha para olvidar. Y se droga para olvidar que se emborrachó. Y sus textos son incluso mejores. Es un círculo vicioso del que es prisionero.
Hunter no se siente escritor, pero ¿se siente sin embargo periodista? Nada es menos seguro. Alcanza con leer sus textos escritos en Vietnam en los setenta, adonde llega bastante tarde y bastante deprimido (Jann Wenner acababa de echarlo de Rolling Stone). La bestia está ahí, borracha pero no tanto, en medio de verdaderos periodistas de guerra que hacen un trabajo difícil y corren riesgos reales. Thompson, en un raro acceso de humildad, acepta incluso entrevistar a los tipos en lugar de llevarlos a la barra como de costumbre. Hace preguntas, inquiere sobre su vida cotidiana. Parece casi respetuoso. Irrumpe en el tiempo suplementario de una guerra de la que no sabe nada y da muestras de coraje, como en esta carta de mayo de 1975 que envía al coronel vietnamita Vo Don Giang, donde, eso sí, recupera su soberbia: “Soy el responsable de la sección de Asuntos Nacionales de Rolling Stone, revista de San Francisco, con oficinas en Nueva York, Washington y Londres, que es actualmente una de las voces periodísticas más influyentes de los Estados Unidos, en particular entre los jóvenes y los sobrevivientes del movimiento antibélico de los sesenta. Sin ser especialmente un buen dactilógrafo, soy uno de los mejores autores que utilizan actualmente la lengua inglesa, a la vez como instrumento de música y como arma política… y si usted tiene la posibilidad, en un futuro cercano, me sentiría muy honrado de encontrarnos de forma privada y discutir, durante una hora aproximadamente, sobre sus ideas personales en la actualidad”.
Salvo que Thompson, en el momento en el que escribe, no es realmente miembro del staff de Rolling Stone (Wenner terminará por volverlo a incorporar por los servicios rendidos). Su escritura, al menos en su cabeza, ya no tiene donde apoyarse. Esto es lo que H.S.T. envidia de los escritores: el poder de decir, una vez agotado el rollo, “es literatura”. Thompson tiene simplemente la sensación de haber hecho una cagada más, que lo lleva no se sabe muy bien a dónde, harto del gonzo, a veces. Sufre, y sus diarios y papeles encontrados son un testimonio innegable y a veces hasta emocionante de esto.
Pero a no alarmarse porque Hunter sigue siendo Hunter –un pseudo cowboy instalado en Colorado. Hay, sin embargo, en entre estos papeles, momentos de bravura que enaltecen al hombre. Basta con verlo manos a la obra en el caso del divorcio de los esposos Pulitzer, en pleno Palm Beach, con una gorra en la cabeza, una máquina de escribir en la mano derecha y una botella de bourbon en la izquierda narrando la Florida de los viejos burgueses mejor que nadie. O verlo completamente reventado de mezcalina en su habitación de hotel en Los Ángeles (Mescalito, de 1969, publicado en nuestro país hace un lustro con traducción de Juan Forn). Ahí Hunter no tiene nada que envidiarle al favorito del lugar, Bukowski. La juega en su terreno y lo sigue de cerca con gran clase. La historia tiene lugar en un ochenta por ciento en su cabeza y es fantástico, paranoico y soberbio a la vez.
Thompson entendió todo del juego: toma el periodismo político a contrapelo y sale triunfante. Va lo menos posible a Washington y, cuando va, es para emborracharse y entrar a contramano de las reglas del juego político, causando sensación a su alrededor. Pero ahí otra vez corre el riesgo de volverse una caricatura de sí mismo. El “Pánico y Locura” se repite y se vuelve un yeite, sobre todo cuando está colocado, lo que ocurre muy a menudo. Thompson piensa en todo, y los textos que escribe en su residencia de Woody Creek, Colorado, transpiran esta reflexión.
¿Qué sentido darle a esta investigación? Aunque Bill Cardoso, que fue su mentor, parezca ser el depositario de este estilo periodístico, Thompson es el príncipe, el mamut. ¿Esto alcanzará para su posteridad? ¿Y qué forma tendrá? En los Gonzo Papers, parece bajar la guardia y confesar su derrota (por puntos). O algo así. Porque Thompson es hoy un héroe, un modelo para muchos periodistas, e incluso para algunos escritores, pero jamás habrá escrito la “gran novela americana”. ¿Es grave, doctor? No tanto: el culto que se le dedica, más los movimientos tectónicos y textuales que agitan la literatura parecerían, si no darle la razón, al menos mostrar la fragilidad de su ambición, la crasa nulidad y al mismo tiempo la belleza de su investigación fracasada. Hunter S. Thompson ha muerto, viva Hunter S. Thompson. El resto solo es literatura.
Ícono del periodismo más salvaje y desquiciado, (mal) ejemplo para
generaciones de cronistas de todo el mundo, una lectura atenta a las cartas y
diarios de Hunter S. Thompson, de cuyo nacimiento acaban de cumplirse 75 años,
desnuda a un escritor acomplejado por la obsesión de la “gran novela” que nunca
escribió. ¿Pero acaso se sentía periodista? Nada es menos seguro. /
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Hunter S. Thompson, pionero del periodismo gonzo, es uno de los cronistas más salvajes y originales del siglo XX. Y sin embargo hoy su estatuto como “autor literario” no está extendidamente aceptado. Uno podría responder que a esta altura del partido a quién le importa la consideración de la crítica, la consagración canónica, ser considerado un literato, si no fuera porque el propio H.S.T. vivió atormentado por esas cuestiones, tal como se desprende de la lectura de los todavía inéditos en español Gonzo papers, volúmenes de sus mejores textos, diarios, correspondencia y papeles encontrados, además de la imprescindible biografía escrita por William McKeen (Outlaw Journalist: The Life and Times of Hunter S. Thompson). Abrir este arcón periodístico es sinónimo de toparse con cientos de artículos inéditos, abundantes reflexiones, cartas, fragmentos, tomas de posición, retratos… Genera un placer de lectura intensa, indispensable para los fans. Los Gonzo Papers son a Thompson lo que los Bootleg Series son a Dylan (a quien Thompson escuchaba habitualmente): un complemento a la comprensión cabal de la obra fluctuante y a veces delirante del periodista más emblemático del siglo pasado. Al mismo nivel del crítico de rock Lester Bangs, que fue el único rival posible de Thompson (los dos escribían de hecho para Rolling Stone, y pasó que sus firmas se cruzaran en el mismo número). Bangs y Thompson tiene prácticamente los mismos problemas. Primero, son borrachos y drogones. Eso vaya y pase. Pero lo llamativo es que mientras que su talento a la hora de escribir es enorme, se revelaron bastante incapaces de “rivalizar” con sus ídolos: Faulkner, antes que nada, Fitzgerald, Hemingway, pero también Kerouac… Llenan páginas de diarios, pero el pasaje a la literatura es delicado, incluso polémico. Thompson publicará una única novela, El diario del ron, que está lejos de ser lo mejor que hizo, y cuya reciente adaptación al cine (Diarios de un seductor, con Johnny Depp, amigo fiel de Thompson) es apenas potable como para verla en DVD un sábado lluvioso.
“Escribir la gran novela estadounidense”: de esto habla Thompson en el tercer volumen de los Gonzo Papers, titulado Songs of the Doomed: More Notes on the Death of the American Dream. El plan no era, ciertamente, escribir esos artículos –muchísimos– en primera persona y que terminaran, a la larga, por sofocar a su autor. Ya que hay una franquicia Hunter S. Thompson en el sentido industrial de la palabra, que incomoda al que escribe: se llama “Fear and Loathing”, ese gimmick que precede cada una de las peripecias del maestro, ya sea en Las Vegas o detrás del culo de Nixon. “Fear and Loathing” es “Pánico y Locura” con mayúsculas. Los términos mismos del contrato (de lectura como de escritura) no son insignificantes.
“Sin ser especialmente un buen dactilógrafo, soy uno de los mejores autores que utilizan la lengua inglesa, a la vez como instrumento de música y como arma política…”
El propio Thompson se explica: “La frase funcionó. Era como el término ‘gonzo’. De repente tenía mi propia marca. Todo empezó cuando me fui de Las Vegas por primera vez, sin pagar la factura del hotel, huyendo en este descapotable rojo, solo, borracho y delirando, para volver a Los Ángeles. Es exactamente lo que sentía. Pánico y locura”. Thompson se sueña como el escritor que él no es en el fondo –o en la forma, eso depende. Escribe su vida quizás como una ficción, pero aquella es sin cesar alcanzada por la realidad. Aunque redacta alguno de los mejores textos publicados en los Estados Unidos, no es reconocido por sus pares. Tiene el complejo del periodista, que le carcome la moral. Y se emborracha para olvidar. Y se droga para olvidar que se emborrachó. Y sus textos son incluso mejores. Es un círculo vicioso del que es prisionero.
Hunter no se siente escritor, pero ¿se siente sin embargo periodista? Nada es menos seguro. Alcanza con leer sus textos escritos en Vietnam en los setenta, adonde llega bastante tarde y bastante deprimido (Jann Wenner acababa de echarlo de Rolling Stone). La bestia está ahí, borracha pero no tanto, en medio de verdaderos periodistas de guerra que hacen un trabajo difícil y corren riesgos reales. Thompson, en un raro acceso de humildad, acepta incluso entrevistar a los tipos en lugar de llevarlos a la barra como de costumbre. Hace preguntas, inquiere sobre su vida cotidiana. Parece casi respetuoso. Irrumpe en el tiempo suplementario de una guerra de la que no sabe nada y da muestras de coraje, como en esta carta de mayo de 1975 que envía al coronel vietnamita Vo Don Giang, donde, eso sí, recupera su soberbia: “Soy el responsable de la sección de Asuntos Nacionales de Rolling Stone, revista de San Francisco, con oficinas en Nueva York, Washington y Londres, que es actualmente una de las voces periodísticas más influyentes de los Estados Unidos, en particular entre los jóvenes y los sobrevivientes del movimiento antibélico de los sesenta. Sin ser especialmente un buen dactilógrafo, soy uno de los mejores autores que utilizan actualmente la lengua inglesa, a la vez como instrumento de música y como arma política… y si usted tiene la posibilidad, en un futuro cercano, me sentiría muy honrado de encontrarnos de forma privada y discutir, durante una hora aproximadamente, sobre sus ideas personales en la actualidad”.
Salvo que Thompson, en el momento en el que escribe, no es realmente miembro del staff de Rolling Stone (Wenner terminará por volverlo a incorporar por los servicios rendidos). Su escritura, al menos en su cabeza, ya no tiene donde apoyarse. Esto es lo que H.S.T. envidia de los escritores: el poder de decir, una vez agotado el rollo, “es literatura”. Thompson tiene simplemente la sensación de haber hecho una cagada más, que lo lleva no se sabe muy bien a dónde, harto del gonzo, a veces. Sufre, y sus diarios y papeles encontrados son un testimonio innegable y a veces hasta emocionante de esto.
“De repente tenía mi propia marca. Todo empezó cuando me fui de Las Vegas por primera vez, sin pagar la factura del hotel, huyendo en este descapotable rojo, solo, borracho y delirando, para volver a Los Ángeles. Es exactamente lo que sentía. Pánico y locura”.
Pero a no alarmarse porque Hunter sigue siendo Hunter –un pseudo cowboy instalado en Colorado. Hay, sin embargo, en entre estos papeles, momentos de bravura que enaltecen al hombre. Basta con verlo manos a la obra en el caso del divorcio de los esposos Pulitzer, en pleno Palm Beach, con una gorra en la cabeza, una máquina de escribir en la mano derecha y una botella de bourbon en la izquierda narrando la Florida de los viejos burgueses mejor que nadie. O verlo completamente reventado de mezcalina en su habitación de hotel en Los Ángeles (Mescalito, de 1969, publicado en nuestro país hace un lustro con traducción de Juan Forn). Ahí Hunter no tiene nada que envidiarle al favorito del lugar, Bukowski. La juega en su terreno y lo sigue de cerca con gran clase. La historia tiene lugar en un ochenta por ciento en su cabeza y es fantástico, paranoico y soberbio a la vez.
Thompson entendió todo del juego: toma el periodismo político a contrapelo y sale triunfante. Va lo menos posible a Washington y, cuando va, es para emborracharse y entrar a contramano de las reglas del juego político, causando sensación a su alrededor. Pero ahí otra vez corre el riesgo de volverse una caricatura de sí mismo. El “Pánico y Locura” se repite y se vuelve un yeite, sobre todo cuando está colocado, lo que ocurre muy a menudo. Thompson piensa en todo, y los textos que escribe en su residencia de Woody Creek, Colorado, transpiran esta reflexión.
¿Qué sentido darle a esta investigación? Aunque Bill Cardoso, que fue su mentor, parezca ser el depositario de este estilo periodístico, Thompson es el príncipe, el mamut. ¿Esto alcanzará para su posteridad? ¿Y qué forma tendrá? En los Gonzo Papers, parece bajar la guardia y confesar su derrota (por puntos). O algo así. Porque Thompson es hoy un héroe, un modelo para muchos periodistas, e incluso para algunos escritores, pero jamás habrá escrito la “gran novela americana”. ¿Es grave, doctor? No tanto: el culto que se le dedica, más los movimientos tectónicos y textuales que agitan la literatura parecerían, si no darle la razón, al menos mostrar la fragilidad de su ambición, la crasa nulidad y al mismo tiempo la belleza de su investigación fracasada. Hunter S. Thompson ha muerto, viva Hunter S. Thompson. El resto solo es literatura.
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