La banda liderada por Jarvis
llegó por vez al país repasar los éxitos que le permitieron definir
el rock británico de los noventa
Flotando en la oscuridad, la
insignia de led se dibuja en cuatro cuotas y termina formando la palabra
enceguecedora. O algo más que la palabra: el símbolo. La P. La U. La L. Otra P.
Cuatro letras, la representación de un nombre sobrecargado de historia, de
pasado, de nostalgia pero que también funcionan como una cachetada visual de
presente y de realidad, de aquí y de ahora: hoy es miércoles 21.11.12 y Pulp
está tocando en el Luna Park. Ya no "Viene Pulp" como parte de su "viaje de
retorno hacia donde todo comenzó", como rezaban los afiches que anunciaban su
presentación junto con aquel número capicúa. Acá está, llegó.
Antes de
que se escribiera en el aire el gigantesco emblema rosa y celeste, los lásers
verdes habían arengado durante algunos pocos pero larguísimos minutos con frases
y preguntas insoportablemente cebadoras: "Esto es emocionante"; "¿Están
listos?"; "¿De verdad?"; "¿Quieren ver un delfín?" (y la lisergia cobrando forma
de dos, en efecto, delfines zambulléndose en el campo); ¿Lo hacemos?"; "¿Sí o
no?". Sí, por favor, sí.
Y el inicio, como el de todos los shows desde
la concreción primera del gran regreso en mayo de 2011, "Do You Remember the
First Time?", desempeña el rol sonoro de aquel golpe a la conciencia, quizás
despojándose de su connotación sexual para armarse de esa universalidad que
afecta a todo himno, clara alusión al verdadero comienzo del fenómeno, aunque no
del relato, con el quiebre que implicó His ´n´ Hers, el primer trazo de ese
punto de inflexión que cualquier salto hacia el éxito mundial implica. Ni ellos
deben recordar su primera vez juntos sobre un escenario pero en definitiva no es
eso lo que importa; lo que importa es que las figuras de Jarvis Cocker, Candida
Doyle, Nick Banks, Steve Mackey, Mark Webber y el recientemente incorporado Leo
Abrahams se recortan, ahora, sobre este tablado argentino (el mismo que dos años
antes tuvo encima a otra banda reunida sin nueva producción discográfica como
excusa ni promesa, los Pixies) aún detrás del telón y que su visita sucede en el
marco de este repaso retrospectivo a través de sus mejores piezas, los temas que
marcaron el sonido de ese (sub)género llamado britpop, allá bien lejos y hace
tampoco tanto tiempo. Esta es nuestra primera vez.
En un contexto
sideral en el que prima la retromanía, Pulp, como una de las visitas más
importantes del año, llega para ilustrar ese "acuerdo mutuamente benéfico" entre
el músico y el público del que habla Simon Reynolds: desde arriba, se intuye un
regodeo en la leyenda (y su devenir triunfal si se tiene en cuenta la actualidad
de sus "competidores" de la época: la intermitencia de Blur y la disolución
escabrosa de Oasis) mientras abajo se intenta revivir los años de juventud, o de
infancia, o ni siquiera, revivir un momento idealizado. Como sea, todos ganan.
Ahí arriba, en su traje reglamentario, Jarvis Cocker es el héroe
carismático que saluda, no para de leer frases en castellano o, mejor, en
argentino (tiró decenas del tipo "Sacarle el jugo", "Esta es la verdad de la
milanesa", "Pipí, cucú"; tradujo casi la totalidad de los nombres de sus temas)
e interpela directamente, tira chocolatitos, exige ser acompañado, pide
respuestas. El listado sigue con "Pink Glove" y ya: el tipo es uno de los
mejores líderes escénicos del rock. Con su histrionismo espástico, sus
interminables extremidades electrocutadas y la longitud insólita de sus dedos en
continuo movimiento, Jarvis entona y susurra y gime los temas que todos
quisieron escuchar cuando llegó en marzo de 2008 para tocar en La Trastienda
(como lo recordó, vino junto a Mackey) sin ni uno de Pulp en el setlist y sin su
Further Complications siquiera editado. Ahora tiene 49 años pero se desplaza
igual que cuando era ese pibe excéntrico, hipster de la prehistoria, loser en
pose, y canaliza a través de su cuerpo desgarbado la doble polaridad conceptual
y sonora de Pulp: te garcha (esos movimientos pélvicos) cuando todo se vuelve
juego sexual y perversión (como con la dupla porno "Underwear"-"This is
Hardcore", en una versión sucia en la que terminó literalmente en cuatro), te
hace bailar cuando la cosa se torna festiva. Revolea cables, perillea, sube,
salta, baja, se pierde entre sus propias morisquetas, se inmola en el centro de
todo con los brazos elevados: no es Jesús pero tiene las mismas iniciales.
Que el repaso iba a centrarse en Different Class (1995) era sabido. La
pared de Candida reforzada ocasionalmente por Webber en Rhodes se palpa en
"Something Changed" que deriva en el primer gran pogo-coreo masivo, "Disco
2000", obvio, a la que sigue la -droga, droga, droga, droga- adicta "Sorted for
E´s and Wizz", con Banks penetrando fuerte en cada corte y dos nuevas lluvias de
lásers verdes dibujando alfombras verticales, horizontales, tridimensionales y
perforadoras de retinas. "Sunrise" sería la única muestra de ese opus mortem
producido por Scott Walker llamado We Love Life, con su atmosférico, épico,
larguísimo crescendo derivando en una vuelta a Different Class y la patada final
"Bar Italia" y el gran hit (ni hace falta aclarar) "Common People", con la
camisa de Jarvis chorreando sudor como el epítome de esa -falsa- autocompasión
lírica hecha discurso cargado de -más falso- resentimiento social y clasista
reforzado en "Mis-Shapes", el último de la primera tanda de bises que empezó con
"Mile End", incluida en la banda de sonido de Trainspotting. "Nadie tiene que
saber dónde acaba la realidad y comienza la fantasía".
El final real
representaría la invitación formal a romper todo, a enfiestarse: Jarvis desde el
megáfono introduce y filtra el estribillo de "Party Hard", la cuarta de This is
Hardcore en la lista. La tercera (después de "A Little Soul", había sido "Help the Aged",
ese grito filantrópico dedicado a la gente que "nos sacó a pasear anoche e
intentó emborracharnos; y casi lo logran". Escucharlo ubicarse ahora del otro
lado mientras remueve conciencias con su poesía (aunque según él las letras no
sean poesía, sólo las palabras de una canción) cruda, el subtítulo perfecto para
una noche infernal pero también enterrada en varios niveles de nostalgia: en el
medio, todos intentamos olvidar que nada dura para siempre.
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